miércoles, 29 de febrero de 2012

Los Cuentos del Viejo

Mi abuelo, mi anciano abuelo. Mi viejo abuelo está loco. Tengo dos abuelos, uno es mi Tata. Tranquilo y reservado, se dedica a mirar fútbol, las noticias y a quejarse de la juventud actual, puede llegar a ser muy molesto, pero todos lo consideran normal. El otro es mi viejo.
Mi abuelo, al que todos le decimos el viejo abuelo o simplemente el viejo, con su pelo y barba cana siempre tiene una sonrisa, nunca lo he visto triste, ni siquiera cuando mi abuela –mi agüi- murió.
“Ella no está muerta”, dijo él, “ella está aquí ¿a dónde podría haber ido?” Lo dijo en el funeral, frente a todos y riendo. Pero no sólo por eso mi padre dice que está loco.
Cuando yo era niña y lo visitábamos más seguido –o mejor dicho, lo visitábamos- solía contarme toda clase de historias extrañas, primero me contaba a mí y a mis primos (soy la única mujer) que las hadas, los duendes y hasta los unicornios existen. Mi mamá se reía, agradaban las historias del viejito, pero mi papá, a él no, él se quejaba “siempre con sus cuentos, siempre con sus mentiras”, decía, “No puede entregar cultura o ciencia, no, para él todo es ese mundo imaginario y sus ‘viajecitos’”. Mi padre se burlaba de mi abuelo esperando hacerlo enojar, pero cada vez que lo hacía el abuelo sólo lo miraba y permanecía en silencio, lo miraba de forma chistosa y al final era mi papá el que se sentía incómodo.
Él me contó una vez que cuando era chico todos lo molestaban en la escuela, le decían que su papá “estaba rayado”, que era un loquito, porque contaba siempre historias de sus viajes en las reuniones, de sus viajes a Egipto y a las montañas de la India, a los monumentos de Perú, a las pirámides Mayas, decía que conocía Australia como la palma de su mano, “cuando la verdad es”, decía mi padre, “que nunca ha viajado, nunca ha dejado Chile… ¡Ni siquiera ha salido de Concepción! Excepto cuando abandonó a tu abuela”. Porque según él, la ausencia del viejo la había matado.
El día del funeral, aún recuerdo, fue un 8 de Septiembre, y el abuelo había llegado a la casa hace poco más de un mes. Mi hermano mayor, Gabriel, y yo estábamos buscando en el closet de la abuela alguna foto de ella cuando joven para tenerla de recuerdo, en eso mi hermano encontró una caja llena de dibujos y pinturas, todas muy detalladas, había de la esfinge, vistas de las pirámides de Egipto, tenía dibujos de Stonehenge, de las pirámides mayas, había tantas y la calidad era maravillosa –aunque de eso me daría cuenta después cuando entré a estudiar arte años después- y entre todos había uno particular, marcadamente extranjero y con un estilo muy distinto. Era un tríptico en papel blanco con letras chinas y una pintura de una montaña.
Mientras la observábamos se acercó el abuelo, en silencio y sin que lo notáramos. “Es el monte Fuji” nos asustó, “lo pinté el año 96, hace tres años mientras estuve en Japón”.
Las letras de la pintura era escritura japonesa, y era un poema que él escribió, que iba algo así según lo dijo:
“Ahora contemplo la cascada de la fortuna
Es clara y dulce como la miel
Y es inacabable
Como la risa de los iluminados”
Le preguntamos que había hecho en Japón y nos dijo que fue a aprender Zen, cuando le preguntamos lo que era se puso a reír y nos dijo “algo de lo que los niños no tienen que preocuparse”. Mi hermano le preguntó si se había demorado en ese viaje porque se había dedicado a pintar alrededor del mundo y él le dijo que no, que esas pinturas las había hecho hace mucho tiempo, antes de ir a Japón y que viajaba a esos lugares mientras dormía. Yo quedé desconcertada, mi hermano también porque no preguntó nada más. Entonces el viejo nos entregó una foto que tenía guardada, era chica y la tenía en su billetera, ahí estaban él y la agüi cuando jóvenes. “Estábamos en el hospital en que nos conocimos”, él con su ropa de médico y ella con la de enfermera, atrás de la foto decía “...y te seguiré siempre… Esmeralda”, era la letra de la agüi, leer eso me dio pena pero el abuelo me animó enseguida y nos llevó a comer helado con nueces y manjar, la mejor combinación.
Yo no sé si mi papá perdonará a mi abuelo, según él, abandonó a su madre cuando más lo necesitaba y por razones totalmente egoístas.
En cuanto a mi, el recuerdo más lindo que tengo en la vida es de cuando tenía 9 años. Estaba enojada porque mis primos me habían excluido de un juego por ser niña, estaba llorando porque no era la primera vez. Mi abuelo me encontró, me dio un chocolate que andaba trayendo y me dijo: “Disculpa a los hombres, son sólo niños ¡algún día las mujeres salvarán el mundo de esos niños malcriados!” No entendí lo que dijo esa vez, pero me sentí bien de que los llamara “malcriados”. De hecho no creo que lo haya entendido hasta muchos años después, tal vez hasta ahora que con ojos de adulta veo el estado de las cosas, el estado del mundo.
A mí no me importa que el viejo esté loco, ¿sabes por qué? Porque yo le creo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario