miércoles, 29 de febrero de 2012

Preguntas

Esperaban que fuera todo. Todo menos quien era realmente. Entonces en un abrir y cerrar de ojos se transformó en insecto ¿o era alguna otra clase de animal? No lo sabía, sólo sabía que podía trepar por las paredes, saltar muy lejos  y que era libre.
Salió por la ventana y pudo apreciar el escenario exterior: muchos árboles muy altos, fueran pinos algunos y los otros de alguna categoría desconocida con grandes hojas pocas las cuales vestían a los grandes troncos y preferían vagar libres decorando el suelo como un pan de pascua, libres al amparo del viento.
Por fin libre. Se movió fugazmente por la pared de ladrillo, evitando que lo atraparán aquí y acá. A pesar de que no sentía peligros, no tenía intenciones de volver ni por el auto ni por la mujer que en su profunda decepción personal parecía buscarlo por motivos que no escavan a su comprensión.
Un salto por aquí, a las tejas, cafés  cuyo contacto le mostró la humedad del ambiente y por fin un salto desde las alturas hacia el húmedo asfalto, tapizado en hojas y que terminaba en las cercanías dando lugar al hermoso escenario de pasto verde y árboles de la gran especie de plaza donde la piscina era la atracción principal.
Fugaces destellos de su pasado pasaban frente a él, de su recorrido hasta la mansión, de la torpe pero suficientemente bien lograda llegada en auto y de la sorpresa de sus familiares.
Sacó una pelota de no sabe dónde y se puso a jugar, a jugar y a jugar, con su perro que estaba ahí, y tiraban la pelota y él la buscaba o su perro la buscaba y esperaban que callera a la piscina. No lo hizo, pero pronto hubo otros invitados, eran más perros, grandes y juguetones pero él no quería que se acercaran. Supo inmediatamente como actuar, como atraerlos sin recibir daño, como alejar su atención de los demás.
Con la velocidad que lo caracterizaba corrió hasta el árbol más cercana, un tronco carente de hojas que muy bien podría haber sido la estatua en madera de una hebra de ADN, pero con más brazos.
Ahí se sentó con los perros abajo y mientras miraban cuatro personas llegaron, cuatro, aunque sólo vió a dos: dos hombres de negocios con sus trajes y sus cadenas para atar a sus perros, y cada uno con un hijo.
El niño más grande, vestido de terno igual que su padre pero con shorts en lugar de pantalón era extremadamente blanco, de rostro japonés y se veía calmado, mientras que su compañero a la vista menor estaba llorando, preocupado, sin duda sufriendo sin la capacidad de expresarlo correctamente. Pero él sabía qué hacer.
Sin dudarlo se lanzó del árbol acelerando la caída hasta que estuvo junto a los recién llegados y ahí frente a él rodeado por familia, familiares y amigos de toda la vida, frente a un escenario conocido, vida tras vida quizá, ahora punto de encuentro interdimensional que cobijaba a viajeros cuyos lazos de unión eran tan desconocidos como desconcertantes, surgió una pregunta en su interior ¿Por qué hemos estado juntos por tanto tiempo? No había extraños en su vida, sólo viejos conocidos.
Abrazó al pequeño niño por el hombro y entonces se dio rápidamente cuenta del problema. Primero fue la madre o quizá el padre en tirar el comentario: “su problema es que…” pero no terminó la frase porque alguien más lanzaba un veredicto, cual condena, con toda propiedad como sabiendo cada palabra que decía, sin saber que no sabía nada.
Se dio cuenta del problema, ahí junto al niño de cabellos negros y cachetes divertidos que no paraba de llorar había una pila de adultos que insistían en que tenía un problema cuando en realidad era esa insistencia la que provocaba el malestar en el infante, en forma de descarga eléctrica.
“¿Alguno más aquí cree saber lo que necesita este niño?” Habló, sin furia pero con autoridad, para todos entendieran de una vez por todas que tenían que cerrar la boca. No los juzgo, en todo caso, tan sólo espero que el último verdugo cerrara la boca para que el niño pudiera descanzar. Mientras tanto el primer joven cruzaba las piernas como en posición de loto sabiendo que tal vez esto “iba a tomar su tiempo”. Pero no había rastros de prisa ni enojo, tan sólo sabia y oriental aceptación.
De nuevo ¿qué invisibles lazos ataban a estas personas? El silencio sentaba bien, nuevo ante los oídos del niño, y la lluvia y el viento eran como compañeros, de a poco el niño reaccionó ante su presencia abrazadora carente de juicios y su llanto se transformó en risa, en risa y en alegrí y todos sintieron como un amanecer había ocurrido y feliz le dio un abrazo y se devolvió donde su padre con traje elegante y perro calmado y el público se disperso.
-Pero que niño tan genial- dijo mientras abría los ojos y se daba cuenta de que estaba soñando. Se levantó y fue al baño, pensando en el niño aún como si fuera un conocido- Que niño más maravilloso, su sonrisa y sus cachetes.
Se sentó en la cama y espero a darse cuenta de manera natural que había sido un sueño, pero ocurrió lo contrario, de lo que se dio cuenta fue de que el límite anteriormente disfúso entre la realidad y el sueño era ahora inexistente. No temió ni sintió pánico, pero sí sintió la presencia de alguien que lo esperaba en la mesa para tomar desayuno.
Eran las 7:40 y él muy bien podría haber vuelto a la cama a mirar como la niebla mañanera acababa con el verano, pero decidió salir de su habitación en parte porque sentía algo de miedo de salir, y en parte para no hacer esperar a su huésped.
-Los miedos inconscientes son enfrentados de manera sorpresiva en el sueño y sí afrontados de manera fructífera traen cambios en la realidad del día a día, pero los miedos consientes exigen otra clase de acto, exigen la acción consiente que permite hacernos ver que aquello que tememos es una quimera no muy distinta de una vida de sueños, que al momento de despertar revela su naturaleza ilusoria como las estatuas de arena, que con un simple toque se derrumban, que con un soplido se van con el viento.
-¡Buenos días!- le dijo su huésped elegantemente vestido, bebía café en su taza personal y olía a tostadas imposibles de encontrar. Un rastro de migajas, sin embargo revelaba que descansaban bien en el estómago del madrugador.
-¿Algún buen plan para hoy? Preguntó-
-Sí, tengo algunas cosas que hacer, no mucho pero siempre hay espacio para nuevas posibilidades ¿no crees?-
Iba a decir que no de manera refleja, pero la pregunta era tan inusual que efectivamente lo llevo a reflexionar.
-Ahora que lo dices… “nuevas posibilidades”, puede sonar algo tonto pero es como una verdadera puerta a otro mundo completamente lleno de posibilidades antes desconocidas.
-Exacto, esa es la clave, nuevo es desconocido, como cada instante en la vida, completamente nuevo, completamente desconocido, salvo por las impresiones existentes en nuestra memoria a la que gustamos de llamar pasado y la que proyectamos aquí como queriendo evitar la maravilla que tenemos frente a los ojos cada día, cada  minuto-
Se expresaba de la existencia como si fuera un milagro. Con su traje de gala y y su aire de hombre elegante, le daba una connotación fresca a la escena. Su manera de beber el café también era divertida. Acercaba la pequeña taza con platillo sostenido por menos de una pulgada por la presión ejercida entre el pulgar y el lado exterior del índice del invitado, y la tasa era tomada de forma similar, en su pequeña oreja y con el meñique extendido.
-¡Ahh! Que maravilloso café-
-Sin duda, que está muy bueno-
-¿Por cierto por qué estás aquí?- La pregunta de cierta forma incómoda en su mente, salió al mundo bien recibida.
-No lo sé, ¿por qué estás tú aquí?- se rió- ¿no te parece raro conversar de esto?
-Sí, tienes razón- rió también- quien nos viera pensaría que somos dos en el purgatorio.
-Sí, o que somos de esos filósofos que les preguntas “¿Cómo estás?” de manera casual y entran en su peculiar modo introspectivo filosófico: “¿Qué como estoy? Pues, es una de las grandes preguntas ¿no? ¿Cómo estoy?... ¿Estoy a caso?”- Volvieron a reir mientras el amigo de etiqueta imitaba al filósofo insufrible.
-¡Jaja! ¡Sí! “Señor  sólo le pregunté cómo estaba ahora por favor ¡firme aquí y lárguese!” – le siguió el soñador.
Hubo silencio, el soñador se movió de aquí y allá preparando una tostada y por lo que fue un minuto o así, el único sonido era el crujir de las migajas tostadas al contacto con el cuchillo con mantequilla. La tostada estaba buena, clásica, sin azúcar ni canela, pura mantequilla de campo.
-Pero enserio- volvió a preguntar el dueño del departamento- ¿Eres un fantasma o un alien o algo así? Porque te juro que cuando me desperté sentí que había enanitos rondando la cocina.
El viejo rió ante la perspectiva de tal posibilidad y luego quedó en silencio preguntándose ¿qué era realmente?
-Podría muy bien ser un alien, pero estoy bastante seguro de que esta es mi casa, ¿no eres tú sólo parte de mi imaginación?-
La situación era extraña, y la pregunta del anciano le hizo sentir un escalofrío en la espalda, no por la naturaleza de la pregunta, sino ante la “nueva posibilidad” de que la respuesta fuera afirmativa.
Se mantuvieron en silencio en la mesa, bebiendo sorbos pequeños de café y masticando el pan con mantequilla. Se miraban con extrañeza, preguntándose de donde se conocían y porqué azares desconocidos estaban en este lugar desayunando juntos.
-Ya tengo que irme dijo el anciano, con su cabello cano bien peinado y su smoking, parecía un Frank Sinatra sin duda.
-¿Seguirás aquí cuando vuelva?- le preguntó al muchacho, no estaba consternado por la visita, sino ante la posibilidad de no volver a verlo, el encuentro había sido tan agradable como casual.
-¿Seguirás tú aquí o estás de paso?- preguntó el muchacho quien lejos de temer había quedado intrigado por el visitante.
-¿De paso? ¿No lo estamos todos?- sonrió el visitante, abrió la puerta pero la perilla no se habría, hacia el otro lado y entonces se abrió- Hasta luego.
Salió del departamento dejando al soñador atrás y miró hacia los ascensores, una pequeña niña con un vestido rojo bermellón y camisa blanca. Unos zapatitos de charol del mismo color decoraban decoraban sus piecitos.
Por un momento, mientras la niña lo miraba notó que las paredes perdían ese tono blanco, de manera estruendosa un millón de diseños púrpura, rosado y verde, con ruedas de colores que parecían vivas de color rojo, amarillo y azul se apoderaron de las paredes dando la impresión de que toda la habitación no sino una especie de nave en un océano de desconocida materia cósmica.
Y había gente mirando, espectadores, ahí, con esos grandes lentes oscuros y algunos con grandes ojos azules brillantes, y sus trajes amarillos de luz, que sin querer se habían asomado por un telón prohibido quizá para hacerla saber a él algo específico.  
-Este va a ser de esos días extraños- Se dijo, como dándose cuenta de algo usual y sin realmente saber qué es lo habían querido decir aquellos gigantes y luminosos espectadores que tan sólo por un instante habían aparecido tras la pared que ahora recuperaba su tono blanco invierno.
Se acercó al ascensor, junto a la niña y le preguntó:
-Hey niña, ¿alguna vez has sentido que vives dentro de alguna gran canción?- Sonrió sin querer sonar demasiado críptico, como esperando una respuesta inocente a una duda que tenía en el fondo ahí en su pecho.
-Para mí es más como un poema abuelito- dijo la niña tomando su mano con suavidad abriendo sus ojos de par en par, sus grandes, líquidos y desconcertantes ojos negros.
-Por eso te amo Sally- La tomó en brazos y entró al ascensor que iba vacío.

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